Yo soy la Luz del mundo

Por Liliana de Benítez

En el evangelio de Juan, Jesús se dio a conocer como el gran «YO SOY».  De forma metafórica hizo siete declaraciones acerca de Sí mismo que muestran Su identidad y propósitos mesiánicos. Acompáñame a meditar en Su segunda declaración. Ora antes de iniciar la lectura de hoy: Capítulo 8 del evangelio de Juan.

Verso para memorizar:

«Una vez más Jesús se dirigió a la gente y dijo: —Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12 NVI).

Al inicio del capítulo 8 del evangelio de Juan, los escribas y fariseos llevaron a una mujer sorprendida en adulterio ante Jesús, porque tenían la intención de tenderle una trampa. Cristo -que conocía perfectamente sus maquinaciones- los confrontó con sus propios pecados; al ver sus hechos malvados expuestos a la Luz, uno tras otro huyó de Su presencia.

Cada vez que los pecadores nos acercamos a la Luz nuestros delitos y pecados son revelados. Por eso, muchos no quieren acercarse a Jesús. La metáfora que Cristo usó apunta a la luz de Su Persona, la luz de Su Palabra, la luz de la Vida.

En el capítulo 3 del evangelio de Juan, Jesús hablando con Nicodemo, hizo un contraste entre los creyentes y los incrédulos: «El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo único de Dios. Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió la oscuridad a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que hace lo malo aborrece la luz y no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al descubierto» (vv.18-20).

Las personas que no conocen a Cristo andan en oscuridad espiritual, viven esclavizadas al pecado y van camino al infierno (Is. 59:2). Pero aquellas que confiesan sus pecados con sincero arrepentimiento y se apartan, obtienen perdón y vida eterna (1 Jn. 1:9). Esta hermosa realidad es solamente posible por la obra de regeneración que hace el Espíritu Santo en el corazón de los hombres (Jn 3.5).

Los verdaderos creyentes nunca andan en tinieblas, porque tienen la luz de la vida (Jn. 8:12). Son como lumbreras resplandecientes que reflejan a Cristo en un mundo perverso y corrupto (Fil. 2:15). Una de las marcas del creyente es que lucha a diario con su pecado y permanece en arrepentimiento continuo (Prov. 28:13).

Reflexiona:

Si reconoces algún pecado persistente en tu vida confiésalo en oración. Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para permanecer en la Luz. Piensa en algunos pasos prácticos que puedes dar esta semana para apartarte definitivamente de tu pecado recurrente.

Ora:

Dios mío, gracias, porque cuando caminaba en oscuridad me diste a Cristo, perdonaste mis pecados y me regalaste vida eterna. Ayúdame a odiar el pecado y a arrepentirme cuando hago lo que no te agrada. Recuérdame tus mandamientos para no pecar contra ti. Deseo con todo mi corazón permanecer en la Luz y ser testigo de la Luz. Santifícame en tu Palabra cada día de mi vida, porque es como una lámpara que guía mis pies y una luz para mi camino (Sal. 119:105). Todo esto te lo pido por los méritos de Jesús. Amén.

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